MARTÍN EL PASTOR
Martín era un joven pastor, que vivía en la montaña con sus ovejas y sus dos fieles perros Copo y Estrella.
Una noche fría de diciembre estaba en la cuadra ayudando a nacer un corderillo con su buen amigo Copo ,cuando notó una repentina ráfaga de aire frío se dio la vuelta pensando que la puerta se había abierto , intuyendo que era su madre llamándole para cenar para cenar , pero no se había abierto abierto.
Cuando por fin nació el corderillo, se le apareció una intensa luz blanca y tras la luz una figura de un hombre extraño, pues flotaba dentro de la luz. Martín se quedó paralizado y Copo empezó a aullar.
-No tengáis miedo, soy Gabriel. Vengo a daros una buena noticia.
Martín empezó a balbucear sin decir palabra coherente alguna.
-En el Valle de los lobos, dentro del refugio, ha nacido un niño que será nuestro salvador ve adorarle.
-¿Qué puedo llevarle?
-Tu buen corazón te lo dirá.
Al momento la luz y la figura desaparecieron.
Martín corrió nervioso a contarle el suceso a su madre.
-¡Madre, madre! Ha nacido un niño en el valle de los lobos que será nuestro salvador.
-Ten hijo, llévale esta mantita para que no se enfríe, este queso y un poco de leche caliente.
Martín inició el camino y aunque era una noche oscura no tuvo problema alguno en encontrar el lugar, pues en el camino fue encontrándose con sus amigos, que se dirigían al mismo destino.
Cuando llegaron y vieron al niño Jesús, empezaron a cantarle suavemente.
Mará y José se lo agradecieron.
Muy bien, Víctor. Sigue así.
Por cierto, ¿por qué no te animas a subir alguna foto o vídeo? O incluso a redactar una noticia... seguro que lo haces genial, y así se animan otros.
CO₂: de villano ambiental a caballero de humo frío.
Decían los antiguos que no hay bien sin su sombra ni sombra sin su luz. Y el CO₂, ese dióxido de carbono que ha pasado de ser la molécula más citada en conferencias climáticas a objeto de memes medioambientales, es el ejemplo perfecto de esa dualidad. A fuerza de repetirnos que es el demonio en forma gaseosa, se nos ha olvidado algo elemental: también puede ser la salvación silenciosa en contextos donde otros recursos fracasan.
Es cierto, el CO₂ contamina. Pero también refrigera, conserva, opera y, lo que nos ocupa con especial urgencia, apaga incendios con una eficacia que muchos desconocen. Así es: el villano climático tiene alma de bombero. Pero vayamos por partes, que esto no es una redacción de instituto ni una pancarta de manifestación. Esto es periodismo con pluma y con nervio.
Nos encontramos con un fenómeno tan misterioso como real: el hielo seco. Nada de líquidos, nada de goteos. A -78 grados centígrados, el dióxido de carbono se convierte en sólido, y cuando sube la temperatura, no se derrite… se sublima. Desaparece. Así, sin más. De sólido a gas, como si Houdini trabajara en una fábrica de gases industriales.
Este recurso se emplea con devoción en la industria alimentaria, donde mantener la cadena de frío no es una opción sino una obligación. También se cuela con naturalidad en espectáculos teatrales, generando esa niebla espesa que se arrastra por el escenario sin oler a pólvora ni hacer llorar al público.
Y mientras tanto, nosotros, distraídos mirando las estadísticas del cambio climático, ignoramos que hay otro CO₂ que salva más de lo que contamina.
Ahora, pongamos el foco donde arde el problema. Literalmente. En ese instante crítico donde surge una chispa en un cuadro eléctrico o un fuego acecha una cocina industrial, el extintor CO2 se presenta como el perfecto caballero inglés. Sin levantar la voz, sin dejar residuos. Actúa. Apaga. Y se marcha.
A diferencia de los extintores con espuma o polvo químico, el extintor co2no deja rastro. Ni humedad, ni corrosión, ni residuos que luego cuesten más que el propio incendio. Es ideal para equipos eléctricos, servidores, paneles de control y laboratorios, donde cualquier otro agente sería un riesgo adicional.
No hablamos aquí de opciones exóticas ni de soluciones de laboratorio. Hablamos de una herramienta cotidiana, eficaz y cada vez más necesaria en la prevención de incendios especializados.
Cuando el fuego no se combate con agua, sino con inteligencia, los extintores co2 se convierten en la elección predilecta. ¿Por qué? Porque no todos los incendios son iguales, y no todos los escenarios permiten mojar o llenar de espuma cada rincón. En quirófanos, en salas blancas, en cocinas de estrella Michelin o en centros de datos, la extinción no es solo apagar: es no dañar lo que se intenta proteger.
Así funcionan los extintores CO2: lanzando una nube densa y fría de dióxido de carbono que expulsa el oxígeno de la zona y sofoca el fuego en segundos, sin rastro ni memoria. Y eso, en tiempos donde todo se mide en eficiencia y consecuencias, es más que una ventaja técnica: es un seguro de vida operativo.
Pongamos las cartas sobre la mesa: el CO2 no es el villano que algunos panfletos verdes nos quieren vender sin matices. Es un elemento necesario, inevitable y aprovechable, cuando se entiende y se gestiona.
En extinción de incendios, en refrigeración industrial, en gastronomía molecular, en quirófanos de alta tecnología… este gas se comporta como un aliado silencioso que trabaja cuando nadie más puede. Y lo hace sin pedir protagonismo ni reconocimiento.
Pero no nos quedemos solo con lo visible. Hay más.
En los años dorados del consumo despreocupado, los frigoríficos y sistemas de climatización utilizaban gases destructivos que arrasaban con la capa de ozono como si fuera papel de envolver. Luego vinieron los arrepentimientos, los protocolos internacionales y las soluciones más o menos funcionales.
Y ahora, vuelve el CO₂. Limpio, eficaz y reutilizable. Como refrigerante en supermercados, transporte de alimentos y climatización de bajo impacto, se ha convertido en la opción preferente de las nuevas generaciones de ingenieros y técnicos. No por nostalgia, sino por sentido común.
En cirugía, el CO₂ tiene un papel fundamental. Durante intervenciones laparoscópicas, se utiliza para insuflar el abdomen y crear un espacio de trabajo seguro y claro para el cirujano. También se emplea para la preservación de órganos, la investigación médica y la simulación de ambientes controlados.
Lejos de ser un gas maldito, en este contexto el dióxido de carbono se convierte en gas de vida, en herramienta de precisión quirúrgica y en vehículo de esperanza.
El marco legal no deja resquicios. Locales comerciales, comunidades de propietarios, naves industriales, vehículos de transporte y oficinas están obligados por normativa a contar con sistemas de extinción adecuados al riesgo.
No se trata solo de cumplir por cumplir. Se trata de proteger la vida, los bienes y la continuidad operativa. Tener un extintor de co2 en un cuadro eléctrico no es solo una decisión sensata, es una exigencia técnica y legal. Y no sirve cualquiera: debe estar homologado, en buen estado y accesible en todo momento.
Quizá lo que más sorprenda del CO₂ no sea su presencia constante en nuestros titulares, sino su discreta eficacia en tareas que pasan desapercibidas. No hay épica, no hay ruido, no hay fuegos artificiales. Solo resultados.
Desde la trastienda de un teatro hasta la sala de máquinas de un hospital, el CO₂ trabaja sin alardes para que las cosas funcionen, para que el fuego no se propague, para que el alimento llegue fresco, para que el bisturí encuentre su camino. Es, si se quiere, el gas que hace el trabajo sucio sin ensuciar nada.
Y eso, en estos tiempos de tanto humo y tan poca sustancia, es casi revolucionario.