Era navidad y yo con un bebé en la tripa , y sin un sitio en el que vivir . San José , sin trabajo , pero un día , fui con José a un pueblo donde encontramos a una señora , que nos preguntó que si teníamos casa para resguardarnos del frío, de la nieve, de la lluvia. Y respondí que no y la señora me dijo que a las afueras del pueblo había un establo para que pudiésemos dormir. Mi marido y yo fuimos hasta allí con la burra Sabanera. Cuando llegamos , vimos una mula y un buey. Llego la noche y di a luz a un niño precioso con ojos azules y una cara alegre . A ese niño le llamamos Jesús , ya que es un nombre que me gusta mucho . La gente del pueblo se acercó a ver al Jesús , vinieron pastores , ángeles , lavanderas , hilanderas y fruteros y nosotros les recibimos muy bien . Al final del día , vinieron los reyes magos , acompañados por una estrella muy fugaz , brillante , luminosa y contenta . Y así al final , formamos un precioso Belén.
Tres personas afectadas tras un incendio en una vivienda de Murcia.
Murcia, calurosa tarde de julio. El reloj marcaba pasadas las 17:00 horas cuando la rutina se quebró de golpe en un edificio de la Avenida Juan Carlos I. El silencio doméstico, ese que envuelve las casas en pleno verano, fue roto por el sonido insistente de una alarma contra incendios. Al otro lado del teléfono, un hombre mayor, con voz entrecortada por el humo —y por la angustia— avisaba al 1-1-2: “Mi esposa está en el suelo… y yo no puedo moverme… no sé qué hacer”.
Un relato real. Crudo. Humano. De esos que nos recuerdan que la seguridad en el hogar no es un capricho, sino una cuestión de vida o muerte. Porque la cocina, como tantas otras veces, fue el epicentro del desastre. Y lo que comenzó con una chispa, acabó convirtiéndose en una escena que pocos olvidarán.
Los servicios de emergencia llegaron con la rapidez que exigen los minutos decisivos. Al entrar, se encontraron con tres personas afectadas por inhalación de humo. Una de ellas, una mujer de 93 años, fue evacuada con urgencia al hospital Virgen de la Arrixaca. El resto, un hombre de 88 años y una mujer de 48, fueron atendidos en el lugar. Con vida, sí, pero con el susto y el humo aún adheridos a la piel.
La mayoría de los hogares españoles funcionan bajo el paraguas del “aquí nunca pasa nada”. Pero cuando pasa, cuando el humo sube por la escalera y el fuego se cuela por debajo de la puerta, ya es tarde para lamentaciones. La prevención no puede ser opcional, y mucho menos en viviendas habitadas por personas mayores o con movilidad reducida.
Es en este punto donde debemos subrayar la urgente necesidad de contar con una instalacion automatica de extincion de incendios. Este tipo de sistemas, pensados para activarse sin intervención humana, actúan en los primeros segundos, cuando el fuego aún puede ser contenido. Detectan, responden y neutralizan el foco sin que el usuario tenga que exponerse. No hablamos de futuro, hablamos de tecnología ya disponible y absolutamente necesaria.
Porque si en esta vivienda de la Avenida Juan Carlos I hubiera existido un sistema así, tal vez la señora de 93 años no estaría hoy hospitalizada. Tal vez la escena no hubiera pasado de un pequeño susto. Tal vez el olor a quemado no hubiese impregnado cada rincón de ese piso.
La cocina es, sin lugar a dudas, el talón de Aquiles de cualquier vivienda. Entre sartenes, aceites, fogones y microondas, cualquier descuido puede desencadenar una tragedia. Y en esa ecuación de riesgos, las campanas extractoras juegan un papel fundamental. ¿Cuántas veces se limpia su filtro? ¿Cada cuánto se revisa el sistema de ventilación?
No es exagerado decir que el sistema de extinción de incendios en campanas extractoras se ha convertido en una solución que puede salvar vidas. Diseñados para actuar directamente sobre las fuentes de fuego en la cocina, estos sistemas apagan el incendio antes de que llegue a propagarse. Se trata de tecnología especializada que detecta anomalías térmicas y libera agentes extintores de forma localizada. Discretos, eficientes y vitales.
En este suceso en Murcia, el fuego se originó en la cocina, y no es casualidad. Las estadísticas confirman que más del 60% de los incendios domésticos empiezan en esta estancia. La grasa acumulada, el sobrecalentamiento de electrodomésticos o el olvido momentáneo de una olla al fuego son los grandes desencadenantes. Y si a eso le sumamos viviendas habitadas por personas mayores, el cóctel es letal.
Un incendio no se mide solo por los metros cuadrados afectados o por el número de personas hospitalizadas. Se mide también por el impacto emocional, por el trauma, por esa sensación de vulnerabilidad que se instala en quienes lo han vivido. En este caso, el resultado no fue trágico por minutos, por la actuación coordinada y rápida de los servicios de emergencia. Pero la amenaza estuvo ahí, tangible, despiadada.
La mujer de 93 años, al igual que el resto de afectados, podría haber perdido la vida. Y aunque se repita que todo fue “solo humo”, ese humo fue suficiente para colapsar sus pulmones y forzar su ingreso en cuidados médicos. Las llamas no hicieron falta para que la urgencia fuera real.
Las autoridades locales deben revisar los protocolos de seguridad en viviendas, especialmente aquellas destinadas a personas mayores. Las comunidades de propietarios deberían incluir en sus presupuestos anuales la inversión en seguridad activa y pasiva contra incendios. Y los ciudadanos, nosotros, debemos entender que no basta con tener un extintor en un rincón. Hay que instalar, mantener y revisar.
La instalación automática de extinción de incendios y los sistemas en campanas extractoras no son “cosas de ricos”. Son inversiones razonables, proporcionadas y justificadas. Inversiones que pueden evitar que una cocina se convierta en una trampa mortal.
La historia de este domingo no es nueva en Murcia. No será la última. Pero puede ser la que marque un punto de inflexión. La llamada del anciano inválido, la imagen de la camilla bajando por el ascensor, los rostros tiznados por el humo… todo eso debe servirnos de espejo.
Si cada suceso como este genera un aprendizaje colectivo, quizás algún día dejaremos de lamentar pérdidas evitables. Por ahora, toca reflexionar. Y actuar.