El Conde Niño estaba enamorado y la mañana de San Juan, se fue al mar a dar de beber a su caballo.
Mientras el caballo bebía, el niño se puso a cantar, y las aves del cielo bajaban a escuchar.
El niño decía que el que mucho camina olvida su caminar, y mientras la reina estaba labrando, la hija estaba durmiendo.
La reina le dijo a su hija que se levantara de su dulce descanso y si lo hacía, sentiría cantar muy bien a la sirenita del mar.
-La que canta tan bien, no es la sirenita, sino que es el Conde Niño que se está muriendo por mí –dijo la hija.